¿Es viable?

09.09.2020

Escribe: Claudio Vahan KEDERIAN

La pobreza en Armenia alcanza niveles vergonzosos e inadmisibles. Foto: un niña en una vivienda precaria en Ereván (Fuente: Diario Armenia)
La pobreza en Armenia alcanza niveles vergonzosos e inadmisibles. Foto: un niña en una vivienda precaria en Ereván (Fuente: Diario Armenia)

Hace unos años -en el 2009, para ser exactos- conocí nuestra Madre Patria. Estuve conmovido cada minuto de mi estadía, entiendo que como todos los descendientes que tuvieron la fortuna de visitarla por primera vez.

Regresé de allí con un entusiasmo enorme; con muchas ganas de hacer cosas por Armenia, pero sin tener muy en claro qué. Desde aquel momento sentí la necesidad de hacer algo más: me surgieron inquietudes, busqué información, pregunté, me asesoré, intercambié opiniones con muchos (inclusive con algunos de ustedes, seguramente), para ver qué se podría hacer.

Muchos descendientes de armenios, en forma particular o a través de alguna institución, han realizado (y lo siguen haciendo) donaciones en dinero, obras, servicios, pero la gran mayoría, por no decir todos, han hecho estos aportes a título individual. Sin embargo, ¿cuál sería el resultado que podría lograrse si, en vez de insistir por ese camino, lográramos aunar todos los esfuerzos personales en un proyecto colectivo?

Sería lógico pensar que, de elegir esta segunda vía, haría falta algún mecanismo institucional capaz de coordinar y regular todos estos esfuerzos ¿Qué ente podría llevar a cabo estas funciones? ¿Está el gobierno de la República de Armenia en condiciones de organizar a la Diáspora para que ésta trabaje en favor del crecimiento y el progreso de la Madre Patria? ¿Cuál sería la causa que explicaría las dudas que un proyecto así podría generar? ¿Acaso la corrupción que, según dicen algunas opiniones, se les atribuye a los funcionarios del gobierno armenio y a los políticos del país?

Durante mi visita a Armenia, una de las cosas que más me llamó la atención fue la falta de empleo en gran parte del país. Pero noté, también, que los que lo tienen o lo consiguen, en su mayoría, manifiestan una falta de compromiso con sus empleos. La sensación que me produjo es que existe entre la población cierto grado de conformismo o una actitud permanente de esperar a que alguien, desde la Diáspora, cumpla con su "obligación moral de dar".

Sabemos, por ejemplo, que las ciudades linderas con la República de Georgia son el puente ideal que utilizan los armenios para sus búsquedas laborales. Muchas veces esta alternativa concluye con una triste consecuencia: el paisano que consigue trabajo fuera del territorio armenio ya no regresa, porque suele formar familia en su nueva ciudad de trabajo y residencia.

Durante gran parte de mi recorrida la escena general se repetía: gente muy amable, desconfiada al principio, de pocos recursos económicos, amena, servicial aunque sus vidas cotidianas transcurrían en un contexto general precario. Muy precario.

Mis ojos de viajero se llenaron de enormes y fabulosos paisajes: tan enormes y fabulosos como vacíos... vacíos de proyectos, vacíos de esperanzas, vacíos de sueños. En resumen: vacíos de futuro.

Algunas fuentes confiables estiman que la diáspora armenia se compone de alrededor de 13 millones de personas de origen armenio, sumando nativos y descendientes, mientras que la población que actualmente reside en Armenia y Artsaj suma 3.500.000 de habitantes, distribuidos en un territorio de poco menos de 30.000 kilómetros cuadrados.

Un artículo de Aharon Adibekian, jefe del Centro de Votación Sociometer, publicado en octubre del 2017, confirmó que el 45% de la población en Armenia vive en un estado de pobreza absoluta (!) Me pregunto: ¿cómo es posible esta realidad, con todos los esfuerzos que realizamos desde nuestras comunidades? ¿O vamos, acaso, a perder otro millón y medio de armenios, ya no por la acción genocida de los turcos, sino por nuestra propia negligencia y desidia? Aunque las fuentes gubernamentales sostengan que el nivel de indigencia en Armenia es del 29% y que sólo un 5% es considerada como "muy pobre", estamos, de todos modos, ante una barbaridad.

¿Cómo hacer para que disminuyan el nivel de pobreza y la falta de empleo? ¿Cómo es posible que un país con tan pocos habitantes y con tan pocos kilómetros cuadrados por cubrir tenga huecos estructurales tan inmensos? ¿Qué alternativa podrían ofrecer hoy los 13 millones de la Diáspora para empezar a reconstruir la Madre Patria y que esa alternativa sea realmente sustentable?

Fue entonces cuando empecé a proyectar...

Comencé por preguntarme cuántos de los muchos descendientes de armenios diseminados en el mundo son empresarios y cuántas empresas les pertenecen. Sin tener un número exacto, di por sentado que el número es grande, más que suficiente.

De allí derivé algunas otras preguntas, tal vez algo más difíciles de responder: ¿sería viable armar un proyecto común entre el gobierno de Armenia y el empresariado de la Diáspora? ¿Qué posibilidades existirían de organizar el futuro del país en conjunto? ¿Podríamos organizarnos y encuadrarnos detrás de un proyecto semejante, simplemente como armenios y sin enarbolar alguna bandera partidaria? ¿Podría el gobierno armenio asumir este desafío y organizarlo? ¿Nuestra suerte, como pueblo varias veces milenario, ya está echada; o podemos modificarla?

Sepan disculpar mis ocasionales lectores si lo que en estas líneas propongo les parece utópico, pero desde mi mirada no lo veo irrealizable. Por el contrario, creo que un proyecto así no solo es posible, sino que puede convocar a muchas voluntades: a algunos podrá interesarles por sentimiento, a otros por conveniencia personal, a otros por filantropía. Hoy no importa tanto el motivo sino cómo llevarlo a cabo.

Lo que tengo claro es, en las actuales condiciones, a Armenia le costaría enormemente despegar sola. Si no pensamos y hacemos un proyecto a escala mundial va a costar más, pese a los enormes esfuerzos individuales. Por el contrario, si ponemos en marcha un proyecto de esta envergadura -nadie está diciendo que esto sea fácil- estoy seguro de que, en el transcurso de una generación, el cambio podría hacerse realidad o, al menos, estaría en vías de lograrse.

Seguramente surgirán muchos cuestionamientos y obstáculos. A algunos los conocemos: falta de infraestructura (sobre todo en rutas y servicios), poca calidad institucional para diluir posibles prácticas de corrupción, bajo compromiso laboral y una infinidad de otros inconvenientes, pero la verdad es que Armenia -como Estado independiente y como sociedad- es la parte de este trato que tendría que ser la primera en demostrar interés: lo que está claro es que -como en toda relación- si uno no quiere, dos no pueden.

Lo que aquí propongo es apenas una idea y, seguramente, podrán surgir propuestas superadoras. De lo que sí estoy convencido es que el o los proyectos deben pensarse y accionarse en masa. Habría que generar un fuerte shock, tanto para el habitante de Armenia como para la Diáspora. Tendríamos que generar un impulso tal que, como mínimo, contenga en lo inmediato el éxodo de los habitantes de Armenia, para que no necesiten irse del país a buscar mejores horizontes para sus vidas. Pero que ese impulso sirva también para que a los que se fueron y que no lograron acomodarse en su nuevo lugar de residencia les resulte tentador regresar a su país.

Cuarenta años atrás, cuando éramos muy jóvenes y escribíamos nuestras primeras notas en Humus, Armenia no era un Estado independiente y el porvenir que imaginábamos desde la Diáspora era idílico. Hace casi treinta años que la República de Armenia declaró su independencia y logró su soberanía, pero como en todo "país real" -y no de esos países imaginarios que solo existen en nuestros deseos- se acumularon muchas asignaturas pendientes. La desocupación crónica y la pobreza son, tal vez, los más dramáticos.

En esos lejanos tiempos de nuestra juventud imaginábamos, también, que cuando Armenia fuese independiente, se fortalecerían los inquebrantables lazos de armonía y entendimiento entre Diáspora y Madre Patria. Con sus tensiones, fracasos y recelos mutuos, esta relación tampoco fue tan idílica como lo soñábamos entonces.

Soy, por naturaleza, un hombre optimista, sin dejar por ello de ser realista. Sinceramente creo que Armenia es un territorio virgen y que allí hay mucho por hacer. Por favor, que no se malinterpreten estas líneas: no les quito mérito al esfuerzo de muchos de enviar dinero, concretar obras individuales o aportar servicios. Solo pienso que, por valiosos que sean estos esfuerzos, no hacen otra cosa más que maquillar la situación por un rato.

Vuelvo a mi pregunta inicial. ¿Es viable pensar y llevar a cabo un proyecto como el que he descripto? Seguramente que sí, siempre que haya un interés integral. Si ese interés no existiera, esté artículo quedará en el recuerdo como las líneas escritas alguna vez por un descendiente de armenios algo soñador.