La alfombra roja

08.09.2020

Escribe: Jorge Emilio ABRAMIAN

En la edición papel del New York Times sólo apareció como un breve cable, anecdótico, que leyó con atención desproporcionada respecto al tamaño de la nota. Raphael Blacksmith estaba sentado al lado de la ventana de su modesto piso en un townhouse de Upper Manhattan mirando hacia el pulmón de manzana donde crecía una vegetación intensa y dormían unos columpios. Tomó aire y decidió moverse hasta el escritorio donde se apoyaba su laptop. A pesar de su destreza con las computadoras prefería leer del papel. Y estar al aire libre. Pero le urgía hacer una búsqueda.

Rápidamente entró en la edición electrónica del Telegraph y del Guardian. También probó en El País, El Mundo y hasta en el ABC, que se acercaba al tope de los más leídos pero que todavía no contaba con su predilección. Nada. Tecleó algunas palabras en el Google: Corriere della Sera, cranio, Steffano Callias. Eligió una entre varias entradas y lo encontró. Un artículo un poco más extenso que el del New York Times. No mucho más. El Dr. Callias -mencionado en el diario americano-, realizando una investigación sobre arte griego en Plovdiv, encontró una caverna con 68 calaveras y otros huesos, presumiblemente resultado de matanzas realizadas por nazis durante la segunda guerra mundial.

Raphael buscó a Plovdiv en su viejo atlas Mc Millan, edición 1996, que todavía le resultaba útil y que ya había incorporado los cambios en Europa luego de la Perestroika. Ya no era un joven, pero conservaba cabellos fuertes -sus canas no diferían tanto de su color rubio natural- que los anudaba con una gomita haciéndose una corta coleta. Se detuvo en Bulgaria reconociendo las montañas y los ríos. Luego quiso corroborar la geografía histórica. Tomó el apéndice de su enciclopedia donde ya conocía la ubicación de los mapas que le interesaban: los de la Segunda Guerra Mundial. Plovdiv estaba (está) en el centro de Bulgaria, la segunda ciudad en importancia luego de Sofía. La ansiedad que le provocaba la pesquisa se transmitía a un pequeño músculo de la parte superior del brazo en forma de una insistente palpitación. Todavía era sólo intuición. El próximo paso sería ubicar al Dr. Callias.

Abrió la ventana y entró el aire cálido de la ciudad que contrastaba con el frío del aire acondicionado. También entraron los trinos de los gorriones mientras Raphael suspiraba ¡Oh boy!

Su nombre completo era Steffano Nicanor Callias. Descendiente de griegos, su familia se había asentado en el norte de Italia. Atendió a la Universidad de Bologna de donde recibió su doctorado tras la defensa de su tesis en arqueología y cultura del mundo antiguo. Ya graduado permaneció en la universidad enseñando e investigando. Desde hacía dos años trabajaba en un proyecto de la Unesco para la conservación del patrimonio arqueológico financiado por la Comunidad Europea. Sus investigaciones lo llevaron a Bulgaria donde hizo sede en el Museo Arqueológico Regional de Plovdiv. Su ayudante, Andrea Apostolos, estudiante de posgrado y asistente de investigación, lo acompañaba junto a otros tres estudiantes de maestría búlgaros que además servían de intérpretes locales. Andrea compartía con su mentor un origen griego y una vida en Italia. Habían estado investigando caminos utilizados en la antigua Grecia y ya habían podido rescatar ruedas de carros casi completas, herramientas, utensilios de cocina, y hasta algunas telas y botones de vestimentas. Pero en la zona montañosa del Rhodope, parte del macizo de Macedonia, unos 50 km hacia el sur de Plovdiv, se habían topado con unas cuevas que les depararían la mayor sorpresa.

Avanzando unos 500 m en esas cuevas, profesor y discípulos, no pudieron contener una exclamación cuando encontraron un conjunto significativo de osamentas amontonadas en un codo del túnel. Reflexionando, les llamó aunaún más la atención la disposición en los que fueron encontrados los huesos. Si bien no estaban dispersos, tampoco se encontraban ordenados. No había restos de ropa, ni elementos metálicos, ni tampoco cerámicas: todos esos cuerpos habían reposado desnudos durante décadas.

Como en una escena policial, Steffano trazó un perímetro y pidió a sus alumnos elaborar un sofisticado registro fotográfico y videográfico, tomar medidas, anotar los datos ambientales, y preparar una detallada caracterización geológica, dando el primer paso previo a la remoción de los vestigios para su investigación y clasificación. Las tareas previas ocuparon una semana antes de comenzar la inspección minuciosa de las osamentas. Durante esa semana debatieron sobre las distintas interpretaciones que ofrecía el hallazgo y su posible contexto histórico. Ya enviarían muestras a Oxford para datar los huesos. Aunque no tenían mucha expectativa sobre los resultados, los análisis podrían ofrecer algunos indicios.

El viernes por la noche Steffano y sus alumnos se reunieron en el "1890", un bar con terraza, en el casco histórico. Y ahí estaban, en esa pequeña ciudad histórica reconstruida cien veces, que se proclama como la continuamente habitada más antigua de Europa y que había sabido albergar primitivos, tracios, griegos, romanos, bizantinos, medioevales y modernos.

"Evidentemente, en algún momento algún lobo o un oso habría desmembrado y desparramado los cuerpos en una extensión mayor a la original" - razonaba inteligentemente la alumna búlgara. "Sí, pero hay un patrón que me intriga más", acotaba Steffano, y sin esperar la respuesta explicaba entusiasmado: "La disposición de los cuerpos". "Salvo algunos cráneos y extremidades, la mayoría de los cuerpos parecía orientada de forma paralela a la pared de la cueva con las cabezas del lado de la entrada" - meditaba en voz alta Andrea a la vez que los dos búlgaros apuraban sus jarras de cerveza. "Más que eso, me llama la atención la densidad con la que se distribuyen las piezas. Se me ocurre que estos cuerpos fueron apilados unos sobre otros", acotó el profesor y concluyó "ya nos enteraremos más cuando investiguemos un poco, pero recuerden que justamente esta zona fue la utilizada por los alemanes para invadir Grecia en 1941 y que hacía años que funcionaban aquí las juventudes hitlerianas. Cuando terminemos con las evidencias físicas tenemos que sumergirnos en los textos históricos". Steffano sabía que se alejaba del objeto de su Grant, pero el tema había concitado un interés inusitado, no sólo en el grupo académico, sino en los medios. Temprano en la semana, tan pronto como comentó sus hallazgos en el museo, se acercaron periodistas búlgaros locales para hacerle una nota.

En 1894 Hovsep tenía 20 años y Takuhi 16 y se encontraban comprometidos. Vivían a pocas casas de diferencia en el pueblo de Usak. Sus casas eran típicas, con techos planos y paredes anchas. El techo de la primera servía de patio a la siguiente, formando terrazas que se apoyaban unas a otras para mitigar los efectos de posibles sismos. Las ventanas pequeñas asomaban a las calles de tierras donde circulaban mulas y algunos caballos. Sus familias se dedicaban a la fabricación de alfombras que terminaban adornando los pisos y muros de los turcos pudientes y, principalmente, de las mezquitas. Hovsep y Takuhi, en cambio, los domingos iban a la misa armenia en la pequeña iglesia donde oficiaban cinco vartabeds. Su casamiento ya estaba programado y sus planes no eran quedarse mucho más tiempo en Usak. La presión de los turcos se sentía cada vez más fuerte.

En 1839 el gobierno turco había promovido el Tanzimat, una ley que trataba de igualar el tratamiento de los súbditos del imperito otomano. Esa ley y una posterior de 1856 trataban de equiparar los derechos de las minorías y les reconocía su religión y justicia. Estos principios fueron volcados en una llamada "Constitución Nacional Armenia" en 1863, aprobada por el Imperio, y que en la práctica funcionaría como un código de regulaciones. Pero esas eran las épocas de Abdulmejid I, que había propuesto los cambios y que murió de tuberculosis, y de su medio hermano Abudlaziz.

Pero ahora esas cuestiones legales parecían cuentos fantásticos muy lejanos a Hovsep y a Takuhi. La familia de Hovsep frecuentemente recibía de mercaderes itinerantes noticias de asaltos en los caminos, pillajes de villas, y robos y asesinatos de armenios. Eran los tiempos del Sultán Hamid II. En 1876, cuando Hovsep tenía dos años, el Sultán Rojo reemplazó a su hermano Murad V que, según decían en el palacio, se había vuelto loco. Dieciocho años después, la discriminación que sufrían por ser armenios les resultaba insoportable. Cada mes les costaba más ahorrar el dinero para cubrir la cuota que le exigían los recaudadores. Habían adoptado el fez y hablaban en turco en todos los lugares públicos, en el bazar donde trabajaban y en la calle: no era conveniente que los escucharan hablando en armenio.

Sí, estaba todo decidido, Hovsep y Takuhi se casarían e irían a Esmirna y de allí a Grecia. Tenían varias alfombras para vender en Esmirna, y además contaban con los regalos de los familiares. En Grecia emprenderían un nuevo negocio de alfombras. Hovsep ya conocía el oficio.

En esas épocas, como en las actuales, la fantasía era un lujo al que no se podían aferrar los oprimidos, sólo cabía hacer frente a la realidad y jugarse la piel. Las opciones eran lanzarse a lo desconocido y peligroso, o aceptar el destino de sojuzgamiento mirando impávidamente la impunidad de los poderosos.

Lo que nadie imaginó en el pueblo, ni la ambiciosa cabeza de Hovsep, es que su viaje depararía más tristezas que alegrías y que nunca llegaría a Esmirna. Al poco tiempo de iniciar su marcha, se desatarían los hechos más oscuros sobre la Anatolia. Hechos que cambiarían la historia y que pondrían en evidencia la brutalidad de los incultos, el cinismo de los refinados, y la impotencia de los inocentes.

Mucho menos podía imaginar Hovsep que su cráneo aparecería 111 años más tarde sostenido en las manos de un arqueólogo italiano, en una cueva del sur de Bulgaria. Ni que ese hecho gatillaría en un americano la búsqueda obsesiva de su asesino. 

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Estos son los embriones de los primeros capítulos de un proyecto muy ambicioso que me propuse hace varios años. La edición aniversario de Humus me dio el empuje para empezarloNinguno de los personajes es real, tampoco ninguno de los hechos. Sólo los contextos históricos y geográficos tienen alguna semejanza con la verdadMe queda como asignatura pendiente recorrer Plovdiv (no me interesa y no puedo recorrer a la Usak de 1895). Por cuestiones de tiempo y espacio, tuve que darle a este relato un final abrupto convirtiéndolo de novela a cuento. Quizás en algunos años puedan leer la versión completa de la historia.֎