Los orígenes de la diáspora armenia

06.09.2020

Escribe: Garbis DEREBIAN*

"Para que no perezcan". Afiche del Comité Americano para el alivio en el Cercano Oriente (Fuente: Wikicommons)
"Para que no perezcan". Afiche del Comité Americano para el alivio en el Cercano Oriente (Fuente: Wikicommons)

Las masacres, las deportaciones y el éxodo dispersaron a los armenios sobrevivientes por el Cáucaso, los países vecinos, la Mesopotamia e Irán llegando, posteriormente a los países europeos, y más tarde a las Américas.

Llegaban como refugiados y no como inmigrantes. La mayoría de ellos con el pasaporte Nansen otorgado por la comisión de refugiados dirigida por el noruego Fridtjof Nansen[1], y merced a entidades benéficas de orden internacional, algunas especialmente fundadas para brindarles atención.

La Guerra Mundial había sido la oportuna excusa para el desarraigo cruento y la eliminación del pueblo armenio, que a partir de entonces resultó instrumento de cuanto tratado convenio o conflicto local se produjera en su época.

Solo quedaron los muros fríos de los orfelinatos, las miserables tiendas de campaña que los sobrevivientes tenían en su memoria y los momentos de terror vividos, de las masacres colectivas, la sed, el hambre y la muerte lenta de la deportación, la interminable espera del fin de la guerra y el futuro sin esperanza de un retorno improbable.

Sus miradas solo reflejaban la nostalgia por lo que no volverían a ver, la resignación por lo que debían enfrentar y el dramatismo que da la fe para no doblegarse ante el recuerdo de los secuestrados o asesinados ante sus ojos.

Era solo un reflejo de la tristeza que los embargaba o una serenidad que tenía más de rebeldía o de silente.

Seguramente ya no serían los mismos, se radicasen donde se radicasen. Serían diferentes al carácter de los habitantes de los países donde les tocase convivir como refugiados.

No serían inmigrantes sino refugiados, que llevarían en la mente la pesadilla de los horrores vividos.

Occidente los había abandonado y eran conscientes de ello. Lo sabían los refugiados del Cáucaso, que pasaron a integrar la Armenia soviética; lo sabían los que poblarían luego los países árabes y lo sabían hasta los niños que llenaron los orfelinatos atestados posteriormente con los sobrevivientes que recibieron la ayuda de entidades filantrópicas, las que durante 15 años financiaron su permanencia y se preocuparon por su inserción social y humanística.

La caridad de Occidente se llevaba a cabo según la conciencia de sus gobernantes. La deportación, los orfelinatos, el exilio y la certeza de haber sido traicionados por Occidente los convencieron de que el futuro dependía de sus propias fuerzas y eligieron el exilio muy a su pesar, con resignación para encarar su recuperación y previendo que debían luchar por su futuro: por su preservación contra la asimilación, con sus propias fuerzas.

"Esta estampilla compra una comida para un niño armenio hambriento". Campaña del NER.
"Esta estampilla compra una comida para un niño armenio hambriento". Campaña del NER.

Los refugiados del mundo.

La intervención del Near East Relief (NER)[2] en la región tuvo más éxito en lo humanitario que en lo político.

Las condiciones en los territorios dominados por Turquía eran muy desfavorables pues la intención era deshacerse definitivamente de los armenios a cualquier costo. No obstante y a pesar de los diferentes acuerdos y tratados en Turquía se promulgó una ley por la cual se confiscaron todos los bienes de los ausentes y de los que dejaron el territorio cualquiera fuera la causa o las condiciones que lo motivaran, a lo que se agregaría posteriormente la que prohibía sus retornos, pues eran considerados elementos de perturbación, desorden y revolucionarios.

Ante las presiones y decisiones a tomar, los aliados se mostraron favorables a Turquía.

En Constantinopla (Estambul) la situación de los refugiados era desesperante. Debían convivir con más de 100.000 evacuados rusos, por lo que su situación era insostenible. La zona del Bósforo se había convertido en un inmenso campo de refugiados, por la impunidad que aprovechó Turquía como consecuencia de la Primera Guerra ante las minorías indefensas.

Las minorías eran pueblos invadidos y sojuzgados dentro de los límites de los territorios de esos mismos pueblos que habían sido agregados por la fuerza al territorio de Turquía. Los pertenecientes a esas minorías rara vez conseguían un trabajo y no obstante se negaban a abandonar la tierra de sus ancestros. Como consecuencia fueron trasladados mediante un decreto a Tracia oriental, a lo que los armenios se negaron: como castigo, se le suspendió la ración de alimentos obligándolos, además, a integrar grupos que serían embarcados y distribuidos en lejanos puertos.

Algunos aceptaron y otros se perdieron en la ciudad y sus alrededores especialmente en localidades marginales.

Finalizada la Gran Guerra, la Sociedad de Naciones creó un Alto Comisariado para los refugiados y nombró como su primer director al noruego Nansen y con él se apuntalaron a los primeros Comités de Socorro, lo que obligó a recurrir a la colaboración extranjera: el Comité Internacional de la Cruz Roja, el Comité de Asistencia Holandesa y otras entidades de Francia, Canadá, Bélgica y Estados Unidos, organizaciones católicas y protestantes de ayuda para los refugiados armenios en un acto de solidaridad mezclada con imagen culposa de las propias naciones que alentaron la ayuda sin mencionar derechos políticos -que hubiesen sido más oportunos para tales circunstancias- y dando base a futuras reivindicaciones a los partidos políticos armenios, que se llamaban a silencio en forma inexplicable.

La incertidumbre por la ausencia de los partidos políticos es el drama armenio en momentos en que el pueblo buscaba una orientación que agudizaba su drama por la desilusión de sentirse abandonado, olvidado por lo que debieron ocuparse de su suerte ante una obra en la que participaban países occidentales y era apoyado en nombre de la humanidad.

Si bien el NER luego del armisticio había inaugurado y reabierto otros orfelinatos, trasladándolos al interior del país con posterioridad al Acuerdo de Ankara[3], Turquía autorizó el traslado de los huérfanos de Marash, Aintab, Urfa y Merdín, a los que tiempo después se le agregaron los de Kharpouth, Malatia y Diarbekir, con lo que superaban los 15.000 instalados en Siria.

En 1925 en Medio Oriente quedaba aún más de 120.000 refugiados.

Con 40.000, Alepo (Haleb) representaba ser el más grande centro de refugiados del mundo, con la mitad de ellos radicados en la ciudad y el resto distribuidos en los arrabales y en las zonas marginales. Sobre 20.000 adultos, más de las dos terceras partes no tenía medios de vida ni ocupación asegurada.

En Damasco 15.000 repatriados de diferentes campos se encontraban en la misma situación y solo los refugiados de Antioquía lograban vivir y trabajar en condiciones denigrantes; en algunos casos, bajo las órdenes de propietarios turcos mientras que en Alejandreta (Iskenderún) otros sobrevivían en campos y al borde de los pantanos infestados de paludismo y otras fiebres.

Los menos sobrevivían a lo largo del río Éufrates, sobre las mismas vías de las deportaciones hasta Der Zor.

En el Líbano se contaban más de 25.000. Sólo en Beirut la mitad vivía en tiendas de campaña y en condiciones infrahumanas a lo largo de la costa.

Los proyectos de desarrollo y la instalación de las comunidades de Siria y Líbano se enfrentaron con serias dificultades financieras que las obligaba a desviarse a Europa -especialmente a Francia- y desde ahí fueron muchos los que miraron posteriormente hacia América del Norte o a Argentina, Uruguay y Brasil.

A partir de 1922 Grecia se transformó en el principal centro de refugiados al recibir sin discriminaciones a 80.000 de ellos. Se debe valorar esta decisión si se tiene en cuenta que, después de la propia guerra contra Turquía, ese país se vio en la necesidad de reinsertar a más de un millón de griegos y a quienes, con excepción de Bulgaria, todos los países cerraron sus puertas a los exiliados provenientes de Turquía[4].

Formación de las comunidades

Las calamidades de los campos de concentración o la frialdad y miseria de los orfelinatos forjaban el temperamento de los armenios, que los diferenciaba de cualquier otra comunidad.

Llegados desde Turquía o Rusia eran radicados en diferentes países en los que buscaban un futuro de paz y trabajo. Su idiosincrasia y era diferente a la de los que abandonaban sus países buscando horizontes más amplios solo para vivir. Contrariamente al armenio, era diferente lo que pudieran sentir un español, un italiano u otros que llegaban como inmigrantes: el armenio llegaba como refugiado y en condiciones moral y económicamente denigrantes.

Francia absorbía el excedente de armenios, no por su tradición histórica sino por su compromiso de ser mandatario de Siria y Líbano además de ceder a las presiones a las que era sometida por las firmantes del armisticio de la Primera Guerra. Industriales y empresarios de diferentes países de refugio de los armenios se surtieron de mano de obra barata por los embarques nominativos con plazo de corta duración.

Así en Francia, y en ciudades como Marsella, los refugiados armenios eran conducidos a los complejos mineros siderúrgicos a los establecimientos textiles del valle de Rhone, o a París como changadores y peones. Los menos afortunados debieron recurrir al centro de ayuda como el Campo Oddo en Francia o a los sórdidos refugios en los arrabales y en constantes trámites por obtener una visa hacia los Estados Unidos.

Los países árabes en todos sus territorios albergaron a los armenios, tanto por sus conceptos humanitarios como así también por un acto de rebelión contra la política turca que también los sojuzgaba desde siglos con persecuciones y masacres sistemáticas que no eran diferentes a las que aplicaban a los armenios, griegos, búlgaros o eslavos.

En Sudamérica los refugiados armenios fueron barrenderos de las calles de la ciudad, mano de obra barata en frigoríficos y fundiciones y en ocupaciones de riesgo que los nativos se negaban a ejecutar; en Brasil fueron recolectores de café, entre otras ocupaciones.

Tampoco tuvieron el apoyo prometido por parte de los gobiernos sudamericanos, donde las promesas de asistencia que fueron convenidas en principio fueron olvidadas. El hotel de Inmigrantes en Argentina había sido construido para albergar solo a italianos y españoles No obstante los armenios se vieron atendidos por un pueblo que, a pesar del desconocimiento del drama que vivían los inmigrantes que llegaban en oleadas interminables, fueron recibidos muy afectuosamente.

Hasta la Segunda Guerra Mundial, Marsella fue el centro de distribución de los refugiados armenios así Estados Unidos y Sudamérica y, después de 1936, hacia la Unión Soviética.

A principios de 1922 se comenzó a notar la llegada de los refugiados armenios y las primeras estimaciones en la Argentina los cuentan en 2.000 aproximadamente, que se agregaron a una pequeña colonia establecida anteriormente, sobrevivientes de la matanza de Adaná ocurridas la primera década del siglo XX.

Ante las disposiciones del Hotel de Inmigrantes y su negativa a recibirlos -teniendo en cuenta que sus reglamentaciones sólo comprendían el albergue de europeos- los refugiados vivieron por la caridad del Ejército de Salvación.

Los arrabales y los suburbios de Buenos Aires los vieron llegar con la esperanza de un futuro de paz y trabajo negado su propia tierra.

Más allá en la ciudad de Córdoba fundaron su primera iglesia en 1925 como si su prioridad fuese sólo su cultura, su fe y sus tradiciones.

Casi al mismo tiempo se formó la comunidad de Montevideo en los sectores marginados de la ciudad, como Belvedere, y muchos de aquellos armenios tomaron luego el camino de Brasil donde fueron empleados en cafetales e industrias pesadas. Lustrabotas, barrenderos municipales, obreros en fundiciones y frigoríficos, posteriormente fotógrafos de plaza: estos fueron sus primeros empleos en los comienzos de su radicación en un medio desconocido y frente a un idioma a un incomprensible

Como primer paso y con medios muy precarios se inauguró la primera capilla en la calle San Juan al 1500, en Buenos Aires. Debieron pasar algunos años para el asentamiento definitivo.

Se habían creado ya en la Argentina 14 escuelas armenias diseminadas en sus diferentes lugares de radicación, con casi 1500 alumnos, aunque siempre estaba latente la esperanza de retornar a sus tierras; esperanza que quedó definitivamente frustrada con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, en 1939.

A partir de entonces los armenios comprendieron que su radicación debía ser definitiva, desarrollando sus instituciones y creando medios de integración en todos los países en los que se encontraban refugiados. A pesar de que las heridas físicas habían cicatrizado, mantenían la memoria del profundo calvario de los campos de concentración y el compromiso con sus miles de huérfanos. Se avivó entonces su lucha por la supervivencia y enfrentaron, al mismo tiempo, el riesgo de la asimilación que sin dudas se le presentaba muy difícil y que consideraban que sería más dura aún a medida que llegasen las nuevas generaciones.

Estas fueron las circunstancias que más marcaron y en las que se desenvolvieron las comunidades armenias en todo el mundo: la obsesión manifiesta de no perder su identidad nacional. Sólo las más fuertes sobrevivieron a estas circunstancias.

Salvados de la miseria, la muerte, el hambre y las epidemias que condicionaron y a la vez formaron su temperamento tornó a estos aluviones de sobrevivientes en una comunidad silenciosa y tenaz que llegó a conformar la más grande diáspora de refugiados en todo el mundo.

[1] Fridtjof Nansen (1861-1930). Explorador, científico y diplomático noruego. Finalizada la primera guerra mundial, en 1922, Nansen fue designado Alto Comisionado de las Sociedad de Naciones para los Refugiados. Trabajó para el intercambio de prisioneros entre los países beligerantes y creó el pasaporte que lleva su nombre, que servía de documento de viaje y salvoconducto para todos aquellos refugiados y víctimas de la guerra que no podían acreditar su identidad o que se consideraban "apátridas". Por esta extensa acción humanitaria, Nansen fue galardonado en 1922 con el Premio Nobel de la Paz.

[2] Originariamente denominada American Committee for Armenian and Syrian Relief (Comité Americano para el alivio de armenios y sirios) y años más tarde como Near East Relief (Alivio del Cercano Oriente), la entidad fue fundada en Syracuse (NY), Estados Unidos en 1915 y se la considera como la segunda institución humanitaria más importante de su país. Continúa en la actualidad bajo la denominación de Near East Foundation (Fundación Cercano Oriente) y mantiene sus acciones de ayuda humanitaria en la región.

[3] El Acuerdo de Ankara fue firmado el 20 de octubre de 1921 entre el gobierno de Francia y la Gran Asamblea Nacional de Turquía, tras la batalla de Sakarya (13 de septiembre de 1921) en la cual los griegos fueron derrotados por las tropas de Mustafá Kemal y se retiraron definitivamente de la Anatolia. Ante la derrota griega, Francia acordó con el gobierno nacionalista turco el retiro de sus ejércitos emplazados en la región de Cilicia, en el extremo sureste de Turquía.

[4] Se debe tener en cuenta, al hablar de cifras, que al comienzo de las matanzas los territorios estaban ocupados por 2.700.000 habitantes de los cuales fueron asesinados, hasta la terminación de la Primera Guerra, aproximadamente 950.000 y continuando luego hasta 1923, con la eliminación de alrededor de 500.000 personas más.

Garbis Derebian

Quien haya conocido en vida a Garbis Derebian recordará a ese apasionado militante que dedicó gran parte de su vida al reconocimiento internacional del genocidio del pueblo armenio y a la reivindicación de sus demandas nacionales.

Iniciado desde muy joven en las filas de la Unión Juventud Armenia y más tarde en la Federación Revolucionaria Armenia (Tashnagtsutiún), su vida política lo fue llevando años más tarde por otros caminos, acompañado de algunos de sus viejos compañeros y de otros que provenían de otras identidades políticas. Aun así, nunca renegó de sus orígenes partidarios sino que comprendió con los años que la causa armenia no era monopolio de ningún sector y que si se resolvía exitosamente, sería con el esfuerzo de todos los armenios, cualquiera fuera su ideología.

Autor de numerosos artículos, ensayos y obras sobre diferentes cuestiones políticas sobre la armenidad, Garbis Derebian fue siempre un decidido promotor de las iniciativas de los jóvenes de la colectividad. Allí, en su casa de la calle Roseti, en el barrio porteño de Colegiales, pensamos, escribimos y diagramamos el primer número de HUMUS. Esa casa, también, fue el escenario de innumerables reuniones políticas y sociales donde debatíamos las preocupaciones de época y nos formábamos.

Luego de la independencia de Armenia, Garbis brindó su incondicional apoyo al gobierno republicano armenio en la guerra que libraba en Karapagh para afianzar su soberanía en esa región que aun hoy disputa palmo a palmo con Azerbaiyán. Viajó muchas veces a la Madre Patria y mantuvo charlas y relaciones políticas e intelectuales intensas con muchos de los protagonistas de ese tiempo.

Hace ya una década que Garbis ya no está entre nosotros. Nos queda su recuerdo y sus obras, cuya lectura recomendamos.

Nos quedan, también, algunos textos inéditos, como el que publicamos a continuación. Es nuestra forma de rendirle un merecido homenaje en esta ocasión tan especial.